DÍA 7º: Domingo, 14 de julio
Lc 10, 25-37
En
la parábola del Buen Samaritano que acabamos de escuchar no hay referencia
directa o explícita a la Virgen María. Sin embargo, Lucas que es el evangelista
que nos narra esta historia, hace dos observaciones a lo largo de todo su
evangelio que, junto con el texto que acabamos de escuchar sitúan
a María como una de las claves nucleares para intuir el origen de la parábola,
y para comprenderla desde la figura de Jesucristo y la de la Iglesia.
El
primero de los textos, repetido dos veces por Lucas con muy leves cambios,
alude a la atención con que María conservaba todas estas cosas, meditándolas en
su corazón (Lc 2, 19.51), es decir, todo lo relativo a su experiencia como
madre a lo largo de la infancia de Jesús.
El
otro texto es complementario al anterior por el plus de significación que le
añade: Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y
ante los hombres (Lc 2, 52).
Pues
bien, puestos ambos textos en relación de significado vienen a decirnos
claramente que el crecimiento corporal y espiritual de Jesús -el Hijo de Dios
haciéndose hombre en el hogar de Nazaret- venía impulsado día a día durante la
llamada vida oculta, por el sustento y la educación que recibía de sus padres, María
y José. De ellos se sirvió abiertamente Dios Padre para comenzar inculcando en
la humanidad de Jesús el mensaje de compasión-misericordia, que luego Él
reflejaría en la parábola y figura del Buen Samaritano.
Vistas
así las cosas, guardadas en el corazón por María, iban rebrotando en el día a
día de la convivencia familiar, en forma de pedagogía constructora del
carácter, de las actitudes y comportamientos humanos del Hijo de Dios e Hijo
suyo. Por eso, no es improcedente afirmar que el impulso generoso con que el
Samaritano de la parábola se acercó decididamente al herido, aflora del mismo
manantial que movió a María a ponerse deprisa en camino para ayudar a su
embarazada pariente Isabel.
“En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”
(Lc 1, 44). Leyendo esta exclamación, sorprendida y gozosa, de Isabel que veía
llegar a su prima María para ayudarla en su embarazo y parto, podemos imaginar
los sentimientos, gestos y palabras de gratitud pronunciadas por el herido de
la parábola, sabiéndose auxiliado por el samaritano, cobijado en la posada y
atendido también por el posadero. Teniendo en cuenta ambas observaciones, voy a
enumerar a continuación las ocasiones en las que se atisba más claramente el
perfil samaritano de Nuestra Señora.
Ya
desde la posada de su seno materno, María fue la acogedora y cuidadora del
Emmanuel, Dios con nosotros. María aparece como la samaritana de Dios que se
hace hombre. La samaritana de Isabel, al ir más que visitarla a ayudarle. Lo
mismo cabe decir de Jesús a lo largo de su crecimiento y maduración humana. En
este caso el camino mariano de Jerusalén a Jericó pasaba por Nazaret, Belén,
Egipto y vuelta a Nazaret. Y con Jesús, José fue también el beneficiario de los
cuidados samaritanos de María. En las bodas de Caná: María, la samaritana de
los novios en Caná de Galilea: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5); y la madre
que indica al Hijo que le ha llegado la hora de convertirse en Buen Samaritano.
María al pie de la cruz (Jn 19, 26): La Madre samaritana de los cristianos y de
todos los hombres. “Todos ellos perseveraban en la oración, junto con algunas
mujeres y María, la madre de Jesús…” (Hch 1, 14): María, la samaritana orante
de la Iglesia en gestación, a la espera de Pentecostés.
Podríamos
decir que quien le enseñó la parábola con su misma vida fue primeramente María,
las lecciones entran más por el ejemplo que por la palabra. María, la Mujer
Samaritana.
Pues
bien, queridos hermanos, al sorprendente e inesperado mesianismo de Jesús, que
impregna y configura su modo de ser samaritano, corresponde recíprocamente el
carácter samaritano de María. Y no lo digo yo, sino que tanto la Sagrada
Escritura, como la Tradición de la Iglesia así lo atestiguan. En el camino de
Jerusalén a Jericó que constituyó su vida en este mundo, aparece unas veces
herida y, por ello, necesitada de la ayuda de otros samaritanos; en otras
ocasiones se la ve acogedora, cuidadora, compasiva y misericordiosa. Los
evangelios dejan constancia de estas dos caras con las que alternativamente
María va reflejando en clave femenina, la figura, mensaje y actividad de
Jesucristo, el Mesías Samaritano.
Que
en este séptimo día de la novena en honor de la Virgen del Carmen, ella nos
enseñe la manera de descubrir quién es nuestro prójimo, para poder atenderle,
darle aquello que necesita. Que así sea.
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