DÍA 6º: Sábado, 13 de julio
Lc 10, 25-37
Conocemos todos esta página del Evangelio. Lucas nos hace pensar
una vez más. Aquí encontramos un diálogo entre Maestros. Un maestro de la ley
judía pregunta a Jesús, cómo salvarse, quiere asegurarse la vida eterna y
quiere que Jesús le puntualice exactamente qué es lo que debe hacer para ello.
Jesús ya ha definido que la Ley se resume en amar a Dios y al prójimo, es una
misma experiencia de amor. El maestro de la ley judía insiste: “quién es el
prójimo y cómo amarle”. Pide una respuesta que le complazca y lo que le
complace es la ley.
Jesús le contesta con una parábola, con este breve cuento
dramático, esta pequeña historia, que puede ser real, su mensaje lo puede
captar cualquier persona de cualquier pueblo del mundo, de cualquier cultura, hasta
un niño. Jesús se explica como un libro abierto.
Hemos oído la historia. Yo les animaría a que reconstruyamos la
historia y miremos, a ver, a ver con quién nos identificamos.
Un hombre va de camino a Jerusalén, le asaltan unos bandidos, le
roban, le maltratan violentamente, le dejan malherido, desangrándose, al borde
del camino. Pasan por allí dos hombres religiosos, un sacerdote y un levita, le
ven, están muy ocupados, no pueden entretenerse, pasan de largo. Parece como si
no hubieran visto nada. Pasa también un samaritano, un hombre que ha roto con
la religión judía, un hereje para ellos. Este hombre no sabe de leyes, ni de
preceptos. Ve a alguien tirado en el camino, malherido, sufriendo, sin que
nadie le atienda, se conmueve, siente una profunda compasión por él. Decidido a
actuar, se apea de su cabalgadura, le hace una primera cura, le monta en su
cabalgadura, le lleva a quien pueda seguir ocupándose de él, se responsabiliza
de los gastos que origine el desgraciado, promete volver. (Cada palabra de esta
historia tiene mucha miga, para nuestra vida).
Jesús prosigue la parábola y pregunta al letrado: “¿Quién de los
tres es el prójimo?”. Responde el maestro de la ley, “el que ha curado al pobre
hombre mal herido”. Jesús le dice: “has respondido correctamente. Si quieres
salvarte, haz tú lo mismo”
Miren, aquel pobre desgraciado, malherido, no necesitaba solo
lágrimas, necesitaba personas conmovidas interiormente, que además se sintieran
responsables y remediaran su desgracia.
Es decir, no basta con saber quién es nuestro prójimo, tampoco
llorar por los que sufren. Solo lágrimas a veces estorban. Lo importante, es
amar al que necesita ayuda poniendo remedio a sus males. Los problemas ya los
conocemos todos, ¿dónde están las soluciones?
Estas palabras de Jesús, que hoy escuchamos, son las palabras que
debemos recoger cada uno de nosotros si nos preocupa cómo andar por la vida en
el buen camino de Jesús, siguiendo su vida. Pensemos cada uno cómo aplicarnos
esta palabra de Jesús.
Todos vamos de camino por la vida. Y en la vida tropezamos con
personas, con malheridos, con necesidades sangrantes, con violencias
increíbles, con situaciones dramáticas. Vemos al pobre que nos alarga su mano,
a la mujer maltratada, al parado, hasta le damos una limosna, tal vez de ahí no
pasamos.
El relato del “buen samaritano” no es solo una parábola más, sino
la parábola que expresa, según Jesús, que ser verdaderamente humano, es la
única manera de seguirle a Él.
Para encontrar al Dios vivo es necesario besar con ternura las
llagas de Jesús en nuestros hermanos hambrientos, pobres, enfermos y
encarcelados: es cuanto dijo el Papa Francisco en su homilía en la capilla de
la Casa de Santa Marta, comentando el Evangelio propuesto por la liturgia del
día en la fiesta de Santo Tomás Apóstol.
Y, esta reflexión del Papa es válida perfectamente para la
liturgia de este día. No hay que ir muy lejos, si abrimos los ojos, para
encontrarnos con el rostro dolorido de Cristo. Es en las llagas de la humanidad
que nos rodea donde podemos encontrar a Jesús. Quedarnos solo en la meditación,
además de peligroso, es incoherente en la vida cristiana: orar y trabajar,
meditar y ayudar, escuchar y hablar han de ser los parámetros de nuestra
identidad y adhesión a Jesús. Es en el cuerpo a cuerpo donde podemos ver, si es
verdad, que somos cristianos auténticos o de palabra, de nombre o de práctica,
por convencimiento o por tradición.
Para tocar al Dios vivo, también lo dijo el Papa Francisco, “no
hace falta hacer un cursillo de actualización” sino socorrer al Dios vivo. Y,
para ello, es necesario salir a la calle y tener el valor de ofrecer nuestra
forma de pensar en cristiano, nuestra óptica sobre la vida, el amor, la familia
y, por supuesto, la caridad. La caridad que es más que solidaridad.
En
María encontramos respuesta a nuestra forma de vivir; en ella nos sentimos
fuertes; por ella encontraremos el verdadero camino; gracias a ella nuestra
vida adquiere un nuevo sentido, se abre más la esperanza y, también, a la
espera. Como hijos venimos a ella, porque es nuestro modelo por la intensidad
de su vivir, por el calor de su amor; ella es la Madre de los creyentes: para
María nuestra plegaria de hijos.
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