Este año, como saben, al
coincidir el día de San José con el cuarto Domingo de la Cuaresma, prevalece el
Domingo. Litúrgicamente celebraremos su solemnidad mañana lunes, 20 de marzo.
Esto, a veces, también pasa a nivel civil, una fiesta cae en domingo y se
traslada al lunes para disfrutar de vacación. Pero este no es el caso.
Oigo muchas veces, entre nosotros, decir: “hay que conservar
las tradiciones” y es verdad, es muy importante conservar, mimar, aquello que no
nace a partir de nosotros sino que viene de tiempo atrás, que nosotros tan solo
somos una mano en el eslabón de esta gran cadena. En el fondo tenemos la
responsabilidad moral de continuar aquello que nuestros predecesores nos han
dejado.
Ciertamente estas tradiciones habrán de ir de la mano con
cada momento. Es decir, podrán cambiar las maneras, más acordes con nuestro
tiempo, pero el Espíritu de la tradición eso es lo que no puede cambiar.
Los cristianos, la tradición más importante que tenemos es
la celebración de la Eucaristía el Domingo, día del Señor. Hoy en el evangelio
del Ciego de Nacimiento hemos escuchado la controversia entre los fariseos y
Jesús por curar en sábado, el día séptimo de la semana, el que se corresponde con
los días de la creación, con el día del descanso de Dios. Pero fijaos, que
interesante cómo Jesús -que es judío- desea mantener esa tradición, pero con un
espíritu nuevo. Lo importante no es mantenerla por mantenerla, en este caso se
trata de la ley, sino convertir el amor, la empatía, el servicio, la
generosidad de corazón, como una tradición. Y eso es lo que abrió los ojos de
aquel ciego y lo que debería abrirnos los ojos a nosotros hoy. Porque el acento
de este Domingo, que denominamos “Laetare” porque nos vamos acercando a las
fiestas pascuales, y entonces vamos pregustando la alegría de la Vida, como el
poder ver en este hombre, le da la vida.
A este ciego no se le devuelve la vista, pues es ciego de
nacimiento, pero nosotros sí nos hemos podido quedar ciegos por el camino:
ciegos de ceguera espiritual. No podemos ser ciegos al mundo en el que vivimos,
a sus gentes, a sus cambios, a sus transformaciones, a sus intereses e
indiferencias. La Iglesia, cuyo patronazgo lo tiene en San José, no puede ser
ciega para no ver esto de lo que les hablo y por ello no solo lo ve, lo
reconoce, lo ama como madre y desea dar respuesta de la mejor manera que sabe y
con las manos con las que cuenta.
Igual que hacéis los padres con vuestros hijos, cuyo
patronazgo también tenéis en San José, padre adoptivo del Hijo de Dios, pues
vosotros, quizá, muchas veces sentís la impotencia para poder educar a vuestros
hijos, hijos de esta generación. Quizá os sirva, aunque parezca que parezca que
haya caducado, el modelo que tuvieron vuestros padres con vosotros, pero
actualizándole al momento. Seguramente sirva el estar siempre presente, el
estar ahí en todo momento, el no delegando la paternidad, el no buscando
sucedáneos o justificaciones.
Estas justificaciones pueden venir por el mundo del trabajo,
que parece como que es la cantinela que muchas veces justifica nuestra
inoperancia: “tengo mucho trabajo”, “no tengo tiempo”, etc. San José, es
patrono de los obreros, aquí hoy os convoca