Y qué decir, del bello belén bíblico monumental instalado en nuestra iglesia de San Miguel, horas y horas de trabajo, dedicación y entrega, por no decir, nuestra corona de adviento, Virgen Inmaculada, y ahora nuestro Niño Dios.
La alegría de la Navidad la percibo en la medida que siento que Dios se ha hecho carne, se ha encarnado. Dios sigue haciéndose hombre y sigue confundiéndonos, pues quizá nosotros le busquemos donde no se encuentra, pero yo sí lo encuentro en la celebración de la Eucaristía, que es "fuente y culpen de la vida cristiana", especialmente cuando miro al frente y veo a la realidad de nuestra Iglesia particular de Íscar: esos abuelitos, esos papás, los chicos, esos niños,... todos buscamos ser felices; Dios nos llena de felicidad, si nos dejamos querer.

Y ahora, de cara al año 2018, más que pedir, le ofrezco a Dios, le sigo ofreciendo mi vida, que sea mediación entre Él y su pueblo, y lo demás -espero- se me dé por añadidura.