DÍA 8º: Lunes, 15 de julio
Lc 2, 15b-19
Los
cristianos tenemos sobrados motivos para celebrar a María como “reina y
señora”, pero corremos el peligro de olvidar la historia de aquella mujer
sencilla que vivió en un pequeño pueblo de una región periférica en el mundo de
aquel tiempo. María de Nazaret es alguien de nuestra raza. Como los demás
humanos, nació y vivió en un contexto histórico, social, económico, político,
religioso y cultural. Como en las demás mujeres, su naturaleza humana se
desgastó, se vio afectada por las inclemencias de los años y envejeció. No
vivió separada y protegida, vivía en el mundo y para el mundo; ¿por qué tanto
miedo al mundo?
María
fue una mujer sencilla del pueblo y sensible a las necesidades de los pobres.
Conocía muy bien lo que era ser de pueblo y lo que era ser pobre. Nació del
fruto de amor de sus padres: Joaquín y Ana. María recibió un favor singular de
Dios. Y recorrió su camino en la sorpresa y en la oscuridad de la fe.
Aquí tenemos junto a nosotros a la Virgen del Carmen, bajo su
amparo nos venimos a acoger una vez más. Ella nos guía en el camino que nos
dirige Jesús, mañana lo simbolizaremos al andar en procesión por las calles de
nuestro barrio manifestando públicamente nuestra fe, más si cabe en este Año de
la Fe en el que nos encontramos. Todos juntos le cantamos y ella nos hace estar
alegres porque vemos en ella una mediadora entre nosotros y el Señor. Ella nos
invita siempre a celebrar la Eucaristía, a escuchar la palabra y a partir el
pan.
Cuántas personas, a lo largo de los años, se habrán convocado,
acercado y reunido aquí para venerarla, para darle gracias por los bienes
recibidos durante el año, ahora que estamos en tiempo de cosecha, de buena
cosecha, ¿qué le ofrecemos nosotros a Nuestra Señora? ¿Acaso nuestra oración y
devoción? ¿Solo eso, o también nuestro compromiso diario de decir Amén a la
palabra del Señor? Cuántos de nuestros antepasados: nuestros padres, nuestros
abuelos, cuántos,… se habrán acercado aquí. Cuántos sentimientos, deseos,
peticiones, oraciones, ofrecimientos habrá escuchado, recibido de tanta gente.
Cada uno expresándose como sabe y puede, pero ella reconociendo lo que recibe y
agradeciendo.
Si miramos su imagen, su composición es
bellísima, clásica, del tiempo en el que fue realizada. Su gesto es humilde y
austero, como con una mirada hacia el infinito, con su hijo en brazos,
entregándonoslo, el niño dirige la mirada hacia al frente, en la misma
dirección de la madre. Esta es la experiencia de María. Quien le ha mirado a
María es el Señor, Dios se ha fijado en esta muchacha de Nazaret. La Virgen
sabe que Dios le ha mirado y con eso le basta: la ha visitado en su pequeñez,
le ha ofrecido compañía en su camino, fuerza en el fondo de su desamparo. Ella
no canta en general, no quiere hablar de oídas; sólo dice y canta aquello que
Dios ha realizado en ella al contemplarla.
María lo retiene en sus brazos, nos lo entrega. El Niño está
con los brazos abiertos. Lo aprendió de su Madre, y así también será recordado
en el momento supremo de la entrega de su vida. No es difícil dirigir después
la mirada -desde esos brazos abiertos del Niño Jesús- hacia el Cristo de la Paz , que encontramos
presidiendo esta Iglesia del Carmen y en muchos de nuestros hogares, incluso
colgado de nuestros cuellos.
Parece como si en esta talla, María volviera a decir lo de
las Bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Ella sigue ofreciendo su Hijo a la Comunidad. Más de
una persona le acerca flores. Y se queda un rato con ella hablándole bajito. Y
se da cuenta que, poco a poco, las flores que ha traído van cuajando en
proyectos de justicia.
Ojalá que María, la
Virgen del Carmen nos ayude a ser hombres y mujeres que nos
entreguemos más y mejor a los demás. Que tengamos en cuenta la fe que recibimos
de nuestros predecesores y hagamos lo mismo con los que vienen detrás de
nosotros, porque tener fe es tener confianza y quien confía ama y se entrega.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario