DÍA 4º: Jueves, 11 de julio
SAN BENITO
Jn 2, 1-11
Con
este pasaje comienza la vida pública de Jesús, en el contexto de una fiesta.
Porque el anuncio de la buena nueva, del Evangelio, solo puede ser así, en
ambiente de alegría. Cristo no puede presentarse ante los hombres como un
aguafiestas que viene a rebajar el vino de la alegría humana. Él trae un vino
mejor, no una tinaja de aburrimiento. De aquí, debería partir una pregunta para
que cada uno la conteste personalmente: ¿nuestra vida cristiana puede seducir a
otros, para que, viéndonos, deseen ser como nosotros? Aquí nos jugamos mucho en
el futuro de la Iglesia
y, también, en la transmisión de la fe en la familia. Por aquí apunta el
dinamismo que requiere la Nueva Evangelización que nos está invitando la
Iglesia hoy y nos está pidiendo nuestro mundo, también, hoy.
Es
en este ambiente donde Jesús hará su primera presentación como Mesías. La boda
de Caná es el primer signo de Jesús y se nos narra en el Evangelio de Juan, que
es el Evangelio llamado de “los signos”.
Jesús
fue invitado a esta boda, María ya estaba allí; probablemente ella era pariente
de alguno de los novios. Sin duda alguna, ella pertenece al espacio y tiempo de
las bodas. No era necesario invitarla: ¡estaba allí! Y María debió de sentirse
encantada de bajar a ayudar a sus parientes en el trajín de la boda. María
siempre se ha caracterizado por ser una mujer servicial, por estar atenta a las
necesidades de los demás, sobre todo de los más necesitados. Esa actitud, tan
suya, provenía de Dios, el Señor se la había puesto en el fondo de su corazón y
ella en vez de reservársela la ofrecía a la comunidad. Ciertamente, las bodas
eran para ella un espacio normal (natural), forman parte de su preocupación y
de su historia. No está fuera, como invitada, en actitud pasiva; está muy
dentro y, actuando como supervisora, como Madre, ha de mostrarse atenta a todo
lo que pasa, a todas las necesidades que se pongan por delante. Por eso, ella
ve y ve un problema, porque el vino es fundamental en una boda, es el símbolo
de la fiesta y de la alegría; y como no hay avisa a quien ella piensa que mejor
le puede ayudar.
Pero
si el hecho del milagro y su purificación, que ya los conocemos, son como un
pozo insondable, aún más lo es la presencia e intervención de María en él. Aquí
las preguntas se multiplican. ¿Por qué pidió María esta intervención
extraordinaria de su Hijo? ¿Por qué Jesús contesta con esa, al menos aparente,
brusquedad? (“mujer, qué tienes que ver tú conmigo”) ¿Por qué trata de “mujer”
a su madre? Y otras muchas preguntas,… La mayor parte de estas preguntas
quedarán eternamente sin respuesta.
En
el comienzo de la escena, María aparece en su función de mujer y de madre: ha
visto una situación humana dolorosa, sabe que su hijo puede resolverla y acude
a Él discreta y confiadamente. Jesús no obra milagros para ser visto y
reconocido por los demás, para “fardar” que diríamos hoy, sino que siempre
realiza milagros ante distintas necesidades que se encuentra. Y, de hecho, el
milagro se obra, cuando hay fe.
Es
la hora de la Madre
a quien el mismo Jesús, como digo, llama Mujer. Es la hora de la mujer cristiana
que puede y debe conducirnos al lugar del verdadero Cristo, para cumplir de una
manera intensa su Evangelio. Sólo allí donde se unen estas dos expresiones
(“¡no tienen vino!” y “haced lo que Él os diga”) encuentra su sentido la figura
de María. Tenemos que descubrir con necesidad el mundo e iniciar con Jesús un
camino del compromiso liberador, haciendo lo que Él dice en su Evangelio.
Ese
es el Evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría
de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se
expanda y llegue a todos hecho vino de fiesta y plenitud gozosa. Jesús no es el
novio de esta boda pero sí se une a los demás como un novio se une a la novia,
como Dios se unió al pueblo de Israel, realizando alianzo continuamente. Dios
siempre ha querido estar unido al pueblo, aunque no lo sintamos evidentemente o
como nos gustaría, el pueblo, nosotros somos los que no correspondemos a ese
amor y vamos por donde queremos, como desorientados.
María,
Virgen del Carmen, en este cuarto día de la novena en honor a ti, queremos
ofrecernos como ese vino de las bodas de Caná, queremos ofrecernos ante las
necesidades que tengan los demás, especialmente los más próximos a nosotros,
que no tengamos que buscar muy lejos, que quizá esas necesidades están en
nuestra familia, en el trabajo, entre los vecinos, en la calle, etc.,....
Ayúdanos, con tu gracia, a ser como tú, como “madres” para los otros, para tú
puedas obrar a través de nosotros y a través de nuestras buenas acciones en pro
de un mundo mejor, más humano, más solidario, más justo. Que así sea.
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