DÍA 2º: Martes, 9 de julio
Is 7, 10-14
Sal 40, 7-8a.10.11
Lc 1, 26-38
Celebrada
como “reina de cielos y tierra”, María es la mujer sencilla de Nazaret. “Llena de gracia”, es la creyente que se
fía totalmente de Dios. Las palabras del ángel –“el Espíritu Santo descenderá sobre ti”- tienen su reverso en la
entrega incondicional de María: “Hágase
en mí según tu palabra”. La
Madre de Jesús avanzó “en la peregrinación de la fe”, y así
vivió el encuentro interpersonal de amor con Dios, que llamamos gracia.
“¡Feliz tú que has creído!”, es la
felicitación de Isabel a María. La
Virgen recorre los caminos ásperos de nuestra historia en la
oscuridad de la fe. Se mantuvo fiel a la palabra del Señor, y en esa fidelidad
nos precede. La fe es un don gratuito de Dios, pero se hace realidad en la
práctica de la persona humana que se fía libre y totalmente del Señor.
Desde
que la figura de María se asoma a las páginas del Evangelio, nos damos cuenta
de su sencillez y de su grandeza, precisamente porque así es como hace Dios las
cosas. Nuestro Dios no es un Dios que ama la soberbia, que se vanagloria de sus
acciones, que se recrea en la ostentación, sino todo lo contrario: ama la
sencillez, y valora la fe de corazón. Es un Dios humano que ha nacido de las
entrañas de una mujer, sencilla, obediente, pobre, creyente.
Una
de las dimensiones más admirables de María es sin duda su fe, creyendo siempre
sin dudar en Dios. Esta fe la va a traer grandes y duras consecuencias: la
exigencia de Dios estará a su puerta continuamente pidiendo algo más, conocerá
el dolor de forma cruel, … Pero ella sobre todo y a pesar de todo cree, confía
y por eso, no abandona, sino que acompaña y contempla. Toda la aureola que
rodea a María le viene solo por una sencilla razón: porque creyó. La figura de
María se convierte en la de la mujer que creyó en la Palabra de Dios, que no
dudó; María fue la primera cristiana porque fue la primera que creyó. Y ella se
aprendió muy bien la lección de la fe: toda su vida fue una consecuencia de su
creer, de su sí. No creyó para cumplir el expediente, porque así lo exigían las
reglas, o incluso porque así lo había pensado Dios para ella. No, creyó
convencida de que era la única manera de responder al amor de Dios.
Es
la única condición que pondrá Jesús a todo el que quiera poner en práctica lo
que Él enseñó y realizó: creer, la fe. Y creer consiste en dar crédito, en confiar,
en decir Amén; en creer en Aquel que antes creyó en nosotros y por eso nos
creó. Ahí está, también, la confianza básica que se nota en el pastor que es
capaz de dejar el rebaño entero para ir en busca de la oveja perdida. Si no
fuera pastor, si no fuera padre, si no conociera a sus ovejas, ¿ustedes piensan
que sería capaz de dejar el resto? ¡Para nada! Si lo hace es porque tiene la
confianza que las demás estarán ahí cuando regrese. La fe, por tanto, consiste
en conocer y en algo de prueba también.
Y
la fe por sí sola no vale de nada, precisamos de las obras. Una vez más se
acusa la necesidad de integrar la fe y la vida, que no pueden ir separadas, precisamente
en esto consiste ser cristianos, ser como María. Ella es una mujer de fe porque conoce al
Señor, lo ha dado a luz, lo ha llevado dentro y lo sigue llevando y nos anima a
que nosotros también lo llevemos dentro; pero no para que lo vivamos solo
dentro, en la iglesia, en los sacramentos; sino para que lo saquemos fuera,
comunicándolo con el ejemplo, no con muchas palabras; ahí radica la importancia
de las obras de las que os hablaba antes y de las que tanto nos habla San
Pablo.
Todos
nosotros somos peregrinos de la fe. ¿Quién puede decir que tiene la fe
asegurada? El papa Francisco en su encíclica, precisamente, nos habla de no
presuponer la fe. La fe es algo que se alimenta. Y eso se hace en relación con
los demás: en la celebración de la comunidad, que es la Eucaristía y otras
maneras que tenemos que descubrir. Nuestro Dios es original y creativo,
nosotros también hemos sido creados con originalidad y con creatividad, para
que la desarrollemos en y con los demás. Vamos buscando a Dios y solo lo
encontraremos si cerramos nuestros ojos y nos dejamos guiar por la mano de
María: puerta de Dios, faro en el mar, llena de Dios, estrella de la mañana,…
Ella
que no conoció la caída, nos ayuda a mantener nuestros pasos firmes para no
caer de bruces en el barro. María levanta su antorcha de la fe para alumbrar al
pueblo caminante, peregrino y vacilante. Ella da seguridad a sus pasos. En este
segundo día de la novena de la
Virgen del Carmen, te pedimos Madre que nos acojas bajo tu
amparo, que escuches nuestras súplicas, las que te presentamos con fe, por
nosotros y por tantos otros. Porque en eso consiste también ser hermanos y
cristianos, en que ya no solo oramos pidiendo por cada uno, sino que somos
capaces de pedir por los demás, de tener en cuenta al prójimo. Si quieren de
alguna manera “medir”, aunque es imposible, cómo andan de fe: miren como andan
de amor, hacia ustedes y hacia los demás. Es fácil tener fe para uno mismo,
pero si esa fe no está acompañada de las obras no sirve de nada. Y cuando digo
“servir” no me estoy refiriendo a que valga para un futuro en el que debamos
pasar por un juicio. Me refiero a que no te sirve a ti ahora y sino
compruébelo, no llena, está uno como vacío; cuando las cosas se hacen con fe,
se desprende alegría y felicidad.
Nuestra
Señora del Carmen, ayúdanos a ser como tú, hombres y mujeres de fe. Así sea.
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