miércoles, 25 de julio de 2018

CONTEMPLACIÓN IGNACIANA

Ayer hablé a mis feligreses de esta querida parroquia mía, de los diversos modos que existen para hacer oración: meditación, oración vocal, lectio divina, contemplación, etc. Y como cada uno de ellos puede identificarse más con una persona o incluso con un momento del día. Por ejemplo, la oración del Rosario, oración vocal, a mi me ayuda cuando camino, la oración de meditación cuando quiero profundizar en un asunto particular o en algunas palabras o textos, pero con la oración que me siento más identificado es la de contemplación, siguiendo el modo de San Ignacio de Loyola, cuya fiesta está ya muy próxima (31 de julio).

La oración se ejercita como tantas cosas en la vida y la eficacia de consiste en estar en paz en las manos del Señor. 

Cuando hago este tipo de oración, primero busco un lugar que me inspire y no me distraiga: el Sagrario, el patio de mi casa, un paseo, el mar, etc. No conviene mucho cambiar el lugar, porque hasta que se observa todo se pierde tiempo. 

Segundo, caigo en la cuenta a dónde voy y a qué. Me dejo desbordar por la presencia de Dios. Como cuando uno entra en el mar y le rodea el agua por todas partes: uno pequeño y el mar inmenso. Así me parece Dios. ¡Qué seguridad!, aunque ojo con el mar. Allí hago un acto de reverencia, de adoración, de Presencia. 

En todo esto no tengo prisa, porque no voy a conseguir más que estar en comunicación con mi amigo Dios, en relación:  Creador - criatura.

También hago una petición que me sirva de hilo conductor a lo largo del tiempo que esté allí, pues a veces me viene lo qué tengo que hacer después, la lista de la compra, etc. pues bien, la petición me centra. Puede ser una frase de un salmo, como los que rezamos -responsorialmente- en la Eucaristía. 

Y así, poco a poco, leo despacio el Evangelio de cada día:

Miro a las personas que allí están.
Escucho lo que dicen.
Intento adivinar el olor de aquel lugar.
El tacto de las cosas y de las personas también me parece muy importante.
El gusto, etc.

En fin, aplico los sentidos y me dejo llevar por la imaginación para "como si presente me hallase", ser uno más. Unas veces me identifico con una persona, otras con otra, etc. Y así poco a poco contemplo, no hago más.

Sí es verdad, que al final de la oración dialogo -a modo de coloquio- con el Señor, con María. Y no me olvido de intuir qué me quiere decir el Señor, cómo integrar esta vida mía de fe a la vida. Y ahí es donde se descubre, también, la eficacia de la oración, pues a ella voy con las manos vacías y no pido más que lo que Dios me quiera dar. 

No me olvido de dar gracias a Dios por esos momentos de reposo, especial paz, etc. Pero, también, pido perdón por la agitación que a veces haya podido tener, pues a veces, miro mucho el reloj, pendiente de querer hacer otras cosas, estar descentrado, etc.

A mi me sirve, ojalá a ti también. Un abrazo amigo, hermano.

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