martes, 7 de mayo de 2024

DESCENDER Y ASCENDER



 Toda la vida de Jesús el Señor consistió en un descender para finalmente ascender.

            Realmente este descenso comenzó en el mismo instante de la Encarnación (cf. Lc 1, 26ss). La relación de Amor entre las tres divinas personas les lleva a un coloquio tal que entre sí toman decisiones. San Ignacio en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales, ve como Dios mira la Tierra y toma una decisión: que la segunda persona se haga hombre, es decir, se encarne. 

            Todos vemos como los equipos de fútbol, a veces pasa con el Real Valladolid, descienden a segunda división, pero no por ello nuestro Pucela desciende físicamente desde el Estadio de fútbol a la Plaza de Poniente, sino que digamos “desciende de categoría”. Así es Dios, el omnipresente, desciende de su categoría de Dios para hacerse uno de tantos (cf. Flp 2, 7). 

            Dios se ha hecho hombre y ya en su Nacimiento (Lc 2, 1-7) le vemos rodeado, mayormente de personas que no son altivas sino humildes. Su madre es una humilde nazarena y su padre un honrado carpintero. Él ha deseado nacer y crecer en esta situación humilde más que grandilocuente. Su riqueza más grande es su Persona, que es divina, y que por ella desea que nosotros participemos de su misma condición. 

            No podemos reparar, en esta columna, en todos y cada uno de los momentos en los que podemos apreciar en el Señor esta característica del “descender”, pero sí podemos recordar que Él ha preferido la pobreza a la riqueza, servir a ser servido, la humildad a la vanagloria o a los honores. Ha preferido pasar desapercibido, especialmente cuando realizaba signos del Reino. Se ha mostrado como Maestro Testigo lavando los pies a sus discípulos (cf. Jn 13, 1ss) y nos ha dejado como testamento que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

            Y, además, descendió al lugar de los infiernos. Realmente no ha habido ni un solo lugar donde Dios no haya querido estar presente para rescatarnos del pecado y de la muerte.

            Para finalmente ascender, volver a la situación primera, junto al Padre y el Espíritu Santo. Y, eso sí, dejarnos para siempre la presencia del Espíritu que es el quien mantiene viva la presencia de Dios y quien ha de seguir inspirando la Iglesia.

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