domingo, 26 de diciembre de 2021

TESTIMONIO en la FIESTA de la SAGRADA FAMILIA - NAVIDAD EN FAMILIA

 Esta mañana durante la Misa en la iglesia de San Miguel dedicaba la homilía a dar un poco testimonio de cómo vivía la Navidad en familia, especialmente cuando era niño. 

Ayer, también, os hablaba de lo que la letra de la canción "Piensa la Mula" me estaba aportando durante esta Navidad. 

Me parece muy importante, y al menos yo lo necesito, que los cristianos demos testimonio de lo que creemos, compartir es vivir, y también es darse a conocer. Darse a conocer es abrirse sin pudor, para crear un hogar donde podamos encontrar un lugar donde poder reconocer que "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Cuando se conocer se puede llegar a amar, se puede uno poner en el lugar del otro; la Navidad nos invita a abrirnos, a hospedar relaciones cordiales (de corazón a corazón).

Es verdad, decía, que como tengo más el micrófono hablo más, pero en una comunidad, como en una familia, todos tenemos voz y tenemos que aportar. Así contaba que había sitios, especialmente en lugares de escasez de sacerdotes, que había laicos, catequistas, ministros no ordenados, que presiden la comunidad, porque lo importante es que esta se encuentre y celebre el Día del Señor. No hay que ir muy lejos para experimentar esto, en muchos lugares de los que llamamos la "España vaciada", también en nuestra diócesis de Valladolid, podemos encontrar con comunidades en las que viven esto de lo que os hablo. También contaba que hay movimientos en la Iglesia Católica, como por ejemplo el camino neocatecumenal, en el que sus miembros toman voz activa en la celebración litúrgica y dan testimonio. Por ello, sus celebraciones no están pendientes del reloj, sino de dejar que "la boca hable de aquello que el corazón siente". Y, en este sentido, finalmente, aludiendo a Samuel, joven nigeriano, que comparte la Eucaristía con nosotros, recordaba que en el algunos lugares del mundo, como en América Latina o en Africa las celebraciones son largas, muy festivas, muy de familia; porque la fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda a cada una de nuestras familias pero también a la pequeña familia cristiana que formamos cada uno en nuestras parroquias. En América, por ejemplo en zonas recónditas, sin sacerdote, presiden las comunidades ministros catequistas, y cuando va a celebrar la Eucaristía el sacerdote una vez al mes o cuando pueden, tiran cohetes al aire para avisar, así hacen la llamada al encuentro y cuando se van juntando comienza la Santa Misa.

Cuando era pequeño, lo que yo recuerdo, es que el día de la Sagrada Familia era un día muy especial. Recuerdo cómo vivíamos la Navidad en casa, en el hogar se podía vivir un auténtico ritual. Mi padre tenía costumbre de hacer en Nochebuena una gran hoguera en el corral, con la intención de secar los pañales al Niño Jesús. Durante el día, en la cocina se entraba y salía. Mi padre partía leña, que habíamos recogido en el pinar, y se enorgullecía de tener la cocina bilbaína casi a punto de fundirse la chapa, no había quien parase del calor. Ahí se estaba asando el plato principal: el lechazo, del que salía un olor... A mi madre yo le ayudaba a preparar la ensaladilla, me dejaba hacerle la mayonesa, pero no me dejaba probar nada, como mucho rebañar la cazuela y untar entre las hélices de la batidora; aprovechaba algún descuido para picar. Era todo muy bonito. Mi madre preparaba una enorme cazuela de sopa de pescado para toda la Navidad, la cual dejaba en lugar fresquito pues no cabía en el frigorífico, también el bacalao, etc. y la bandeja con los dulces y las galletas Cuétara. Mi padre siempre traía alguna broma de los puestos de los soportales de Valladolid, nos tomaba el pelo y nos reíamos mucho: la guasa no faltaba. Acudíamos en familia a Misa de Gallo, mi padre entraba primero a la iglesia, a veces en la parroquia, otras en el cole de mis hermanas, y a todos nos daba de su mano agua bendita con que persignarnos. 

En casa teníamos el árbol, que cuando no era una rama de pino, era uno de los arbolitos que teníamos en el patio, donde muchas veces adornábamos con luces y poníamos el Belén cuyas imágenes había hecho en marquitería. Mi madre, al final de su vida, pintó un Misterio muy bonito que poníamos en un lugar destacado de la casa. Aunque también teníamos algunas figuritas de algún belén familiar muy antiguo, en el que las ovejas se las apreciaba hasta lana.

Quizá fueran los años más bonitos en los que viví la Navidad, porque mis padres siempre se encargaron de darnos a los hijos los mejores valores que se desprenden de la Sagrada Familia de Nazaret. Mi madre me recordaba muchas veces que de recién nacido hice de Niño Jesús, y una vez en la parroquia, ya de adolescente, hice de San José. Son detalles que se quedan grabados, todos ellos los recuerdo como experiencia de Dios.

Podría contar más cosas, como todos nosotros, quizá añorando, pero también con la ilusión de aquel tiempo para seguir "pensando" como la Mula.

Ojalá nosotros continuemos siendo un eslabón en la correa de transmisión que creer en el Dios de Jesús provoca. Nuestros nombres aunque no estén escritos en la Biblia, también se encuentran escritos en la gran Historia de la Salvación que el Señor tiene reservado para cada uno de nosotros. Amén.

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