Querid@ amig@:
Posiblemente
me conoces, al menos de oídas; puede que me hayas visto en fotos, en carteles y
hasta en alguna película; aunque en realidad no soy el de las fotos, ni el de
los carteles, ni el de las películas. Sencillamente soy yo, Jesús; tu hermano,
tu amigo.
Vine
al mundo hace más de 2000 años; ¡qué mundo me encontré…!: pobreza, opresión,
miseria,… Cuando yo nací muchos hombres éramos pobres. Nosotros no teníamos
nada; tan sólo un pesebre encontró José, mi padre en la tierra, para acostarme;
yo no me acuerdo, pues era un bebé, pero sé que no era fácil vivir.
Después,
cuando iba creciendo, en la pequeña aldea de Nazaret, no me gustaba lo que
veía; cuya máxima aspiración era ser poderosos, ser respetados, admirados… Los
que predicaban no hacían lo que decían; y ¡vaya imagen que daban de mi Padre,
de Dios…! Juez terrible, severo, exigente, rencoroso,… de forma que intenté
abrirles los ojos; hablarles de un mundo mejor, el Reino de mi Padre, que había
que empezar a construir aquí; de una vida distinta, en la que lo importante no
es vencer, sino ayudarse; no es luchar, sino amar; no es juzgar, sino perdonar;
no es mentir, sino ser sinceros y confiados. Intenté que viesen a mi Padre como
yo lo veía: cercano, bueno, misericordioso; quería que se sintiesen amados.
Pero menudo jaleo que montaron. Al principio venía mucha gente conmigo; éramos
un grupo muy unido; pronto empezaron a perseguirme, a amanerarme de muerte, y
muchos me dejaron.
Aun
así, hubo un grupo: pequeño, pero inmenso; sencillo, pero vivo; débil, pero
imparable; mis apóstoles, mis amigos, que me acompañaron. Yo por mi parte no
estaba dispuesto a callarme, de forma que seguí diciendo lo que creía, y seguí
viviendo de acuerdo con ello, con los pobres, con los sencillos y con los que
lloraban.
Al
final los fuertes pudieron más. Entre los jefes de mi pueblo y los romanos me
acusaron de agitador, de hereje, de blasfemo, y me condenaron a muerte. ¡Qué
mal trago! Cuando ya veía venir el final estaba aterrado, y sólo podía pedirle
fuerzas a mi Padre. Me mataron, me clavaron en una cruz, pero yo veía que esa
era la forma de demostrar que merece la pena dar la vida para salvar a mis
hermanos.
Muchos
se preguntan: “¿cómo que salvar a sus hermanos? Mucho podía hacer desde la
cruz”. ¡Claro que sí! Muchos creían que con mi muerte ya estaba todo
solucionado, que me habían matado y era un peligro menos.
Pero
eso no fue todo. Resulta que lo que yo decía era verdad, era
Por
eso ahora estoy contigo. Desde entonces muchos hombres y mujeres me han
encontrado y me han seguido; han vivido como yo; a muchos los mataron, como a
mí; y todos han dado su vida de una u otra forma. Sabían cuál es
Quiero
que tú también sepas esto: que estoy contigo, que te quiero, y que hay un
camino que juntos podemos recorrer.
Tu Dios y tu amigo:
Jesús
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