sábado, 3 de abril de 2021

CARTA DE JESÚS

 


Querid@ amig@:

              Posiblemente me conoces, al menos de oídas; puede que me hayas visto en fotos, en carteles y hasta en alguna película; aunque en realidad no soy el de las fotos, ni el de los carteles, ni el de las películas. Sencillamente soy yo, Jesús; tu hermano, tu amigo.

           Vine al mundo hace más de 2000 años; ¡qué mundo me encontré…!: pobreza, opresión, miseria,… Cuando yo nací muchos hombres éramos pobres. Nosotros no teníamos nada; tan sólo un pesebre encontró José, mi padre en la tierra, para acostarme; yo no me acuerdo, pues era un bebé, pero sé que no era fácil vivir.

           Después, cuando iba creciendo, en la pequeña aldea de Nazaret, no me gustaba lo que veía; cuya máxima aspiración era ser poderosos, ser respetados, admirados… Los que predicaban no hacían lo que decían; y ¡vaya imagen que daban de mi Padre, de Dios…! Juez terrible, severo, exigente, rencoroso,… de forma que intenté abrirles los ojos; hablarles de un mundo mejor, el Reino de mi Padre, que había que empezar a construir aquí; de una vida distinta, en la que lo importante no es vencer, sino ayudarse; no es luchar, sino amar; no es juzgar, sino perdonar; no es mentir, sino ser sinceros y confiados. Intenté que viesen a mi Padre como yo lo veía: cercano, bueno, misericordioso; quería que se sintiesen amados. Pero menudo jaleo que montaron. Al principio venía mucha gente conmigo; éramos un grupo muy unido; pronto empezaron a perseguirme, a amanerarme de muerte, y muchos me dejaron.

                Aun así, hubo un grupo: pequeño, pero inmenso; sencillo, pero vivo; débil, pero imparable; mis apóstoles, mis amigos, que me acompañaron. Yo por mi parte no estaba dispuesto a callarme, de forma que seguí diciendo lo que creía, y seguí viviendo de acuerdo con ello, con los pobres, con los sencillos y con los que lloraban.

                Al final los fuertes pudieron más. Entre los jefes de mi pueblo y los romanos me acusaron de agitador, de hereje, de blasfemo, y me condenaron a muerte. ¡Qué mal trago! Cuando ya veía venir el final estaba aterrado, y sólo podía pedirle fuerzas a mi Padre. Me mataron, me clavaron en una cruz, pero yo veía que esa era la forma de demostrar que merece la pena dar la vida para salvar a mis hermanos.

                Muchos se preguntan: “¿cómo que salvar a sus hermanos? Mucho podía hacer desde la cruz”. ¡Claro que sí! Muchos creían que con mi muerte ya estaba todo solucionado, que me habían matado y era un peligro menos.

            Pero eso no fue todo. Resulta que lo que yo decía era verdad, era la Verdad, y después de tres días mi Padre me hizo resucitar.

         Por eso ahora estoy contigo. Desde entonces muchos hombres y mujeres me han encontrado y me han seguido; han vivido como yo; a muchos los mataron, como a mí; y todos han dado su vida de una u otra forma. Sabían cuál es la Verdad, el Camino que hay que recorrer, la Vida con un sentido…

         Quiero que tú también sepas esto: que estoy contigo, que te quiero, y que hay un camino que juntos podemos recorrer.

            Tu Dios y tu amigo:                                                    

                                                                                                                                                                                Jesús

 

 

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