Sí,
la celebración de Viernes Santo es por sí austera, yo creo que este año, con la
situación que estamos viviendo es aún más austera. Estoy celebrando la Semana
Santa en la iglesia más cercana a mi domicilio, esto es, la iglesia de San Juan
de Mojados, una bella iglesia mudéjar, que me trae muy buenos recuerdos. Pero está
llena de polvo por las obras que se realizaron antes del confinamiento, y no lo
digo por resaltar este hecho, sino porque a mi personalmente esto me ayuda para
caer en la cuenta de lo que se nos presenta hoy: la Muerte de Jesús en la Cruz.
Este marco, que os digo que es en
el que me encuentro me transporta a lo que tiene que ser un país en guerra, o
me hace pensar lo que es un pueblo vaciado del que tanto hablábamos en otro
tiempo. Verlo sin gente y en esta situación me recuerda a todos esos lugares
donde todavía hoy se celebra la fe como en clandestinidad, y el hecho de que
estemos confinados, no quiere decir que tengamos que celebrar así, porque la
puerta está abierta, pero sí es una situación de abandono, de falta de
presencia de lo más importante: la comunidad. Sin embargo, lo decimos y así lo
sentimos, que nuestra presencia se siente más que nunca manifiesta de una forma
espiritual.
Y es que los oficios de Viernes
Santo, de la Pasión del Señor nos invitan a contemplar esto mismo, la suma pobreza
que rodea a todo lo de Jesús, que el Señor ha preferido esta forma, la de la
austeridad, sin embargo, anima a la comunidad a vivir unida en la esperanza de
la Vida.
Pero si os dais cuenta, ¿cómo hemos
empezado? Un altar desnudo, el cual solo se revestirá para el momento único de
la fracción del pan. La postración del sacerdote ante el altar, como gesto de
humildad y abajamiento, porque el Señor se abajó incluso hasta la muerta. Un color
rojo, porque roja es la sangre derramada por nosotros y por el perdón de
nuestros pecados.
Los signos de este día nos invitan
al silencio, a la contemplación de la Cruz y a su adoración, desde la Palabra
ampliamente escuchada en la versión de San Juan. Se nos invita a orar
recordando a todos, absolutamente a todos, incluso a aquellos que no tienen en
mente al Señor, pero Dios sí que les tiene en su corazón a todos ellos. Rezamos
constantemente por los afectados por el coronavirus, por los enfermos, por los
difuntos, por las familias que son víctimas de esta tortura.
Y en esta situación recordamos la
pasión y muerte del Señor: no queremos ahora reparar en el ultraje y por la crítica,
quedémonos con los apoyos, por mínimos que estos sean: Simón de Cirene, la
Verónica, las mujeres de Jerusalén, el Centurión, el buen ladrón, José de
Arimatea, Juan, la Virgen de las Angustias. Queridos hermanos, para todos ellos
también nuestro aplauso hoy, y también el aplauso a aquellos, como dice el Papa
Francisco, “santos de la puerta de al lado”, los sanitarios, aquellos que nos
preservan de la pandemia, los que nos alimentan, los que se dedican a la
limpieza, a la información, etc. a tantos y tantas.
El Amor crucificado nos mira y nos
dice: “He ahí tu madre”. La mira a ella y le dice: “he ahí a tu hijo”. Y desde
aquella hora, la de la entrega, vivimos en la esperanza de un mañana mejor.
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