martes, 16 de julio de 2019

DÍA 9º: NOVENA EN HONOR DE LA VIRGEN DEL CARMEN - “LA VISITACIÓN” (Lc 1, 39-45)



            Profeta es el que dice la palabra. Pues bien, María ha escuchado a Dios como amiga; por eso puede y debe decir su palabra, como embajadora de la gracia ante su prima, la madre del Bautista.
            La escena de la Visitación nos sitúa en el “tiempo de las mujeres”. Es como si, al llegar el momento culminante de la revelación, los varones pasaran a segundo plano.
            María, que ha recibido la palabra de Dios y lleva al mismo Hijo divino en sus entrañas, sintiendo la necesidad de compartir su experiencia con Isabel, mujer pariente, futura madre de Juan el Bautista, conforme a lo que ha dicho la anunciación, corre a visitarla. Se encuentran frente a frente las mujeres, llevando en sus entrañas el secreto de Dios, el presente y el futuro de la vida.
          María se ha dejado llenar por la bendición y bienaventuranza de su prima. No tiene nada que añadir, no debe explicar o comentar cosa alguna, pues todo es claro. Simplemente asiente: recibe agradecida la palabra de Isabel y le contesta agradeciendo a Dios.
            Canta María y en la primera parte de su himno alaba a Dios, reconociendo los dones que ha querido concederle. De esa forma traduce la bendición y bienaventuranza de Isabel en confesión. Esta es la definición más honda de María, el signo que distingue su persona. Ella es alma abierta hacia la altura de Dios, deseo de encontrarle y de cumplir su voluntad. Ella es igualmente espíritu, es la hondura de la vida convertida en alegría, gozo intenso porque Dios existe y salva a los humanos.
            Esta palabra expresa el camino doble de la vida de María: sale de sí para alabar al Señor (dice que es grande); vuelve a sí para alegrarse de que Dios exista y sea salvador. Como en toda auténtica amistad, aquí no existe miedo alguno. No hay recelo frente a Dios, no hay envidia de su gloria, no hay posible competencia. Admiración y gozo ante el amigo divino, eso es la vida entera de María. Dios le ha llamado para vivir en libertad y libremente goza, admira y canta al contemplar los dones que Dios le ha concedido.
            En el principio, más allá de todas las razones, María acoge a Dios y admira emocionada su presencia. Por eso, ella comienza con un canto, expresando así el origen y sentido de su interior. No se trata de renunciar a la razón o de caer en un puro sentimentalismo sino de llegar a las raíces de la racionalidad más honda.
            Esta es la razón del Dios amigo que brota del encuentro con su gracia. Es la razón del que descubre que toda su existencia es un regalo. Antes de todo lo que pueda conseguir con sus méritos y fuerzas, antes de todo su trabajo, María sabe que Dios mismo ha fundado con su vida divina la alegría y fuerza de su propia vida.

            Este es el más bello, el más fuerte canto de reconocimiento personal. María puede alabar al Señor y alegrarse porque Él mismo la ha mirado, enriqueciéndola al hacerlo: los ojos de Dios se han posado en sus ojos de mujer para alumbrarlos.
            Quien se descubre mirado por Dios es un pobre y sencillo ser humano, una mujer casi perdida entre los grandes de la historia. Pues bien, en medio de ellos, María se ha elevado como privilegiada: parece que no tiene nada, pero el Señor la ha mirado y en esa mirada ha descubierto todo el amor y poder del universo. Miró Dios con amor a los hebreos cautivos. María se sabe ahora mirada con amor inmenso y canta, embargada de felicidad.
            No hay nada superior a esa mirada. Tienen que pasar a segundo plano los bienes económicos, los proyectos de la tierra. Lo que a un hombre o a una mujer le hace persona de verdad es la mirada de reconocimiento, amor y compañía de aquellos que le aman. Con ojos de amor va creando la madre al hijo niño, el amigo a la amiga (y viceversa). De la mirada nacemos y en ella crecemos a nivel de afecto creador y vida compartida.
            Esta es la experiencia de María. Sabe que Dios la ha mirado y con eso le basta: la ha visitado en su pequeñez, le ha ofrecido compañía en su camino, fuerza en el fondo de su desamparo. Ella no canta en general, no quiere hablar de oídas; sólo dice y canta aquello que Dios ha realizado en ella al contemplarla.
            Solo quien haga una experiencia semejante sabrá lo que supone redención, podrá decir lo que es María.


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