jueves, 13 de septiembre de 2018

Funeral de Josefa

Murió el día en el que como Iglesia celebrábamos el Dulce Nombre de María. No creo en la casualidad ni en la coincidencia, Dios llama, y a Jose, mujer dulce como ella sola, le llamó para vivir en su Presencia en ese día que se celebraba a María, Madre de Dios, siempre muy presente en su vida. María, dulce, supo bien edulcorar la amargura de la pasión, muerte y crucifixión de su Hijo Jesucristo. María aceptó siempre con fe la voluntad de Dios. María era prisionera del amor de Dios y, por ello, era libre del pecado que muchas veces nos envuelve, nos crispa, nos distancia de los demás, nos hace distantes, nos hace creernos incluso dioses. Queridos hermanos esta es la inspiración divina que Jose tuvo toda su vida, por ello era mujer de paz, transmitía paz, era portadora de paz.
            Desgraciadamente solo la he podido disfrutar durante un año escaso, pero –como en otras ocasiones me ha ocurrido- me encomendaré a ella, pues Dios nos pone cerca siempre luces que nos iluminan y nos estimulan, un camino, un camino posible, el de ser como Jesús el Señor, el de ser santos. 
            La estoy viendo, yaciente en su cama, alguna vez levantada, pero eso era en las tardes y yo solía visitarla en las mañanas de los domingos, entre Misa y Misa. Dormidita, descansando en el Señor, con las manos juntitas, entrelazadas en su rosario, su cadenita con la cruz del Señor por fuera del camisón, recogida devotamente incluso cuando dormía. Su cara brillante y su tacto pegajoso por la hidratación que sus hijos le procuraban, vosotros siempre tan cerca, siendo conscientes de la que, aunque corpulencia pequeñita, era de gran estatura interior. Dios bendijo a su marido y a ella con innumerables hijos, a los que he ido conociendo poco a poco. Os doy las gracias por la buena acogida que siempre me habéis dado. El deseo grande de que vuestra madre fuera alimentada espiritualmente. Agradezco vuestra sensibilidad religiosa y la gran devoción por vuestra madre. Pues, no cabe duda, hermanos, de que es de personas como Jose de las que se sirve el Señor para mostrarnos su Salvación; pues Él también pudiendo elegir lo grande, prefirió lo pequeño del mundo, para descolocar a los grandilocuentes, prefirió la humildad a la soberbia. 
            Hola Jose, le saludaba y abría sus ojos y simultáneamente sonreía y sus pupilas brillaban, veía un rostro transfigurado por la Gracia de Dios. Así, una y otra vez,… siempre. Le decía al oído, era dura de oídos: “¿sabe quién soy?”, confundía mi nombre y me llamaba como el párroco anterior. Ella sabía que no era yo, sino lo que llevaba conmigo, el Cuerpo de Cristo, la Sagrada Comunión, lo que motivaba su alegría, su actitud y gozo interior. Dejábamos un pequeño tiempo para que degustara la Sagrada Forma y con la vista perdida se percibía gratitud y gratuidad. Y a continuación, casi sin fuerzas, pero con mucha fe, rezábamos, como a coros, las oraciones, y antes de comulgar, al mostrarle a Jesús en la Eucaristía, y decirle “el Cuerpo de Cristo”, se le oía decir con palabras que eran más susurros y a modo de suspiros: “El Cuerpo de Cristo guarde mi alma para la vida eterna”. Que gran satisfacción le producía comulgar, le revitalizaba por dentro y por fuera. Me despedía con la bendición y poniendo mi mejilla en la que ella me regalaba un sin fin de besos llenos de ternura, para mí eran besos de Dios.
Querida hermana, Dios ya te está guardando tu alma, sigues estando con Él, seguimos estando en ti y en Él. No has sabido vivir para ti sino ser siempre para, has sido una mujer para los demás. Dios te lo estará pagando todo, pero te lo pagará al modo como a ti te gusta. Hoy celebramos en tu honor la Eucaristía llenos de agradecimiento y de alegría por habernos encontrado con usted, contigo, por habernos mostrado un pedacito de ese cielo dulce que ya podemos vivir aquí y ahora. Mándanos señales para que vivamos como tú, para que no nos vayamos por otros derroteros, para que enderecemos nuestros caminos, para que nuestra vida sea dulce como el nombre y ser de María. Así sea.

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