viernes, 19 de abril de 2024

7ª Catequesis de Primera Comunión: El Orden Sacerdotal

PARROQUIAS VIVAS

 


Durante el tiempo litúrgico de la Pascua el Evangelio nos presenta episodios de aparición, es decir, Jesús Resucitado se aparece a personas. Tal y como anunció a sus apóstoles -mientras recorrían con Él, Galilea (cf. Mt 17, 23)- resucitó al tercer día.

            Estas apariciones y encontrar el sepulcro del Señor vacío, serán los fundamentos de la fe de los apóstoles. Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, y el Cristo de la fe son la misma persona: Jesucristo, Dios y hombre a la vez. La Resurrección del Señor da sentido a nuestra vida cristiana, pues no seguimos a un muerto, sino a Jesucristo luz de luz, vivo y dador de vida, y que además permanece vivo hasta nuestros días, por el Espíritu que cohabita en Él y en Dios Padre.

            Las mujeres son las que se encontraron el sepulcro vacío (Lc 24, 3); no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Esta imagen puede ser un buen símil para que nosotros, Iglesia, podamos vernos reflejados. Seamos parroquias vivas, abiertas, con buen olor de Dios, vacías de muerte, llenas de Espíritu y con abundancia de vendas para curar. Comunidades, cuyos miembros, nos sentimos parte de un Todo. Juntos, unidos el Cuerpo y la Cabeza, con experiencias fundantes que, junto a otras experiencias que vamos “adquiriendo”, al lado de otros hermanos y la humanidad entera, nos animan a vivir nuestra fe y a ser testigos de esperanza con propuestas convincentes que parten de la alegría por creer.

            Sí, es cierto, muchos de nuestros templos están permanentemente cerrados. La mayoría de nosotros no disponemos de la infraestructura que nos gustaría para poderlos mantener más tiempo abiertos. Pero lo que es cierto es que la parroquia comienza a ser abierta por su templo: al menos por tener la oportunidad de entrar en la iglesia y poder hacer una visita al Señor, sentarse en medio del silencio, buscar la paz, la luz, etc. Incluso tener la posibilidad para poder hablar con un miembro de la comunidad, alguien que escuche, acoja y transmita la alegría por creer. Ojalá los sacerdotes pudiéramos dedicar más tiempo al ministerio de la reconciliación para vendar heridas, disipar dudas, y en el nombre del Señor dignificar lo que el pecado nos postra.

            Iglesias ventiladas, como animó a San Juan XXIII a convocar el Concilio Vaticano II, para que entre un aire fresco, el viento del Espíritu que nos renueve en cada momento.

            A cualquier parroquia le debería preocupar en la conciencia seguir en el sepulcro. Tantos hermanos nuestros viven sin fuerza, sin luz y sin el consuelo de la amistad con Jesús, sin una comunidad que les sostenga y sin un horizonte que les dé sentido y vida (cf. EG 49). Y seguir en el sepulcro también es hacer lo de siempre, con las mismas personas, con los mismos medios, con las mismas palabras y con los mismos hechos. ¡Ánimo!, si nos dejamos, es el Espíritu en el que nos empujará a ser una Iglesia misionera: hacia dentro y hacia fuera.