Es una imagen muy bella la que
tengo delante de mis ojos, los jóvenes de una generación de este pueblo, los
quintos, estáis aquí –básicamente- para cumplir con una tradición que, si no
sobrepasa los cien años, anda cerca.
Y,
¿por qué merece la pena seguir la tradición? Pues porque los que os preceden os
lo “exigen” moralmente: seguir con las costumbres que después de tantas
generaciones se viene haciendo en este día. Ellos os pasan el relevo, como
habréis de hacer también vosotros cuando llegue el momento. Hoy sois vosotros
los protagonistas, pero en la rampa de salida ya están los cuartos con la
instalación del pimpollo en el castillo de Íscar, pero también ayer, día de la
víspera de esta solemnidad, los quintos de hace 25 y 50 años, también en este
mismo lugar, la iglesia, se reunían para venerar y festejar a Santa María de
los Mártires. Pero no solo eso, sino que esta fecha, algo más que un número en
el calendario, provoca el encuentro de generaciones.
Queridos
amigos: esto es bueno, que digo, es muy bueno, y eso Dios lo bendice, sonríe y
se alegra de esta tradición. Quizá porque sea así, porque Dios se alegra, sea
el hecho de que aún hoy se siga haciendo con esta ilusión de portar el pañuelo
bordado de flores propias de la primavera y de la Pascua para venir a la
iglesia a honrar a nuestra patrona la Virgen de los Mártires. La advocación de
la Virgen que acoge a todos aquellos a los que se les quitó la vida por la
defensa valiente de la fe.
En
un tiempo en el que parece que seguir la tradición puede ser sinónimo de
rancio, se levanta este día sobre manera para dar testimonio de que, en la raíz
cultural de nuestro pueblo, está la fe, y eso se transmite de generación en
generación. Y queridos hermanos, la fe es capaz de ir de la mano de tradiciones
paganas, o, mejor dicho, de la propia vida, porque Dios no es tímido, no se
repliega en su sola iglesia, sino que, por medio de nosotros, puede hacerse
presente allí donde no se le reconoce o se le olvida o ni tan siquiera se le
espera.
Hoy,
también, es la fiesta de nuestra parroquia, y también de la titular de esta
iglesia, es el momento de agradecerle a la Virgen lo que es nuestro caminar, a
veces dando zancadas y a veces a paso muy corto, pero siguiendo la estela de la
Madre que nos guía por el camino del Señor. El Papa Francisco nos anima a que
seamos una Iglesia “en salida”, es una llamada a todos nosotros, a dar
testimonio de la fe en nuestros ambientes, especialmente fuera de las cuatro
paredes de un templo. Pero, antes, tendremos que acudir al templo para escuchar
la Palabra, recibir el avituallamiento, sentirse en casa, y cargarse del Amor
que solo Dios puede dar para que nosotros lo compartamos con los demás. Ayer,
precisamente, celebrábamos el Domingo del Buen Pastor, y el Papa nos ruega a
los sacerdotes que olamos a oveja, que estemos entre el rebaño, con la gente.
Hermanos alegrémonos todos porque el Señor resucitó y vayamos a decirlo con
nuestras palabras y obras.
No
quisiera terminar esta homilía sin hacer una mención muy particular a los dos
quintos que fallecieron hace unos años, Luis y Raúl. Ellos están entre
nosotros, también, hoy. Así vosotros lo habéis recogido en vuestras muestras de
cariño el viernes pasado, y siempre, porque, aunque “algo se pierde en el alma
cuando un amigo se va”, ellos están, no han muerto, viven entre nosotros y se
alegran de vuestra presencia aquí hoy. Nuestra oración por ellos, por sus
familias, es una manera –también- de honrarles y felicitarles. Cada vez que
hemos celebrado por ellos la Eucaristía y os habéis hecho presente, las
familias os lo agradecen, también la parroquia, por el testimonio franco y
transparente de la amistad.
Feliz
día de la Virgen, que paséis un buen día en familia.
¡Viva Santa María de
los Mártires!
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