“Hemos nacido para morir”, una frase que suele estar muy presente en nosotros, cuando aceptamos la muerte con resignación. En nuestros pueblos, la despedida de un miembro de nuestra comunidad suele ser algo muy común, incluso diría, que en ocasiones: muy habitual.
Quizá en la ciudad no ocurre tanto, pero en los pueblos
aún los funerales son corpore insepulto, es decir, cuando en la
celebración exequial el cadáver está presente físicamente. Muchas veces las
personas mueren sin avisar y, perdónenme la expresión, nos “desencajan” la
agenda pastoral. En invierno se hace de noche enseguida, la primavera y el
verano dan más tregua, para el enterramiento. Bien sabemos que enterrar una
persona es una obra de misericordia, y orar por vivos y difuntos, otra. Y la
muerte no sabe de liturgia y llega cuando llega, por ello también los curas
especialmente de los pueblos tenemos que articular unas celebraciones con
otras, y en el mejor de los casos integrarlas; pues la Eucaristía tiene también
la virtud de integrar cada momento por el que pasa una persona.
En
los pueblos las personas no somos anónimas, todos somos conocidos. La gente
mira las esquelas y cuando dudan de un nombre se preguntan unos a otros,
incluso comentan el mote que es la “prueba del nueve” para el reconocimiento
total. Hay muchas esquelas que debajo del nombre ya incluyen el mote u otra
referencia. A los paisanos, especialmente en los pueblos más pequeños, les gusta
participar en las celebraciones exequiales, orando por el eterno descanso del
difunto, también muchas veces haciendo simple acto de presencia para dar el
pésame a la familia más directa. Visitan a la familia en los tanatorios,
acompañan el pueblo entero en la iglesia e incluso se va caminado para dar
sepultura en el cementerio de la localidad. Todo ello es lo que marca la
tradición.
Son
muchas las personas que se han fallecido en los últimos años, especialmente a
consecuencia de la pandemia. En las homilías los sacerdotes intentamos ayudar a
superar el dolor de la familia por un ser querido que sienten han perdido.
Ciertamente no es lo mismo las personas de avanzada edad que los jóvenes o los
que están en la edad de la madurez. Lo que está claro que cada familia lo vive
como desgarro personal. Y animamos, en medio del silencio sepulcral, a no solo
despedir a un hermano, sino para hacerlo con gratitud, porque eso es lo que
quiere decir “Eucaristía” y para hacerlo con la esperanza en la Resurrección.
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