sábado, 29 de junio de 2024

FALLECIMIENTOS

 


Hemos nacido para morir”, una frase que suele estar muy presente en nosotros, cuando aceptamos la muerte con resignación. En nuestros pueblos, la despedida de un miembro de nuestra comunidad suele ser algo muy común, incluso diría, que en ocasiones: muy habitual.

            Quizá en la ciudad no ocurre tanto, pero en los pueblos aún los funerales son corpore insepulto, es decir, cuando en la celebración exequial el cadáver está presente físicamente. Muchas veces las personas mueren sin avisar y, perdónenme la expresión, nos “desencajan” la agenda pastoral. En invierno se hace de noche enseguida, la primavera y el verano dan más tregua, para el enterramiento. Bien sabemos que enterrar una persona es una obra de misericordia, y orar por vivos y difuntos, otra. Y la muerte no sabe de liturgia y llega cuando llega, por ello también los curas especialmente de los pueblos tenemos que articular unas celebraciones con otras, y en el mejor de los casos integrarlas; pues la Eucaristía tiene también la virtud de integrar cada momento por el que pasa una persona.

En los pueblos las personas no somos anónimas, todos somos conocidos. La gente mira las esquelas y cuando dudan de un nombre se preguntan unos a otros, incluso comentan el mote que es la “prueba del nueve” para el reconocimiento total. Hay muchas esquelas que debajo del nombre ya incluyen el mote u otra referencia. A los paisanos, especialmente en los pueblos más pequeños, les gusta participar en las celebraciones exequiales, orando por el eterno descanso del difunto, también muchas veces haciendo simple acto de presencia para dar el pésame a la familia más directa. Visitan a la familia en los tanatorios, acompañan el pueblo entero en la iglesia e incluso se va caminado para dar sepultura en el cementerio de la localidad. Todo ello es lo que marca la tradición.

Son muchas las personas que se han fallecido en los últimos años, especialmente a consecuencia de la pandemia. En las homilías los sacerdotes intentamos ayudar a superar el dolor de la familia por un ser querido que sienten han perdido. Ciertamente no es lo mismo las personas de avanzada edad que los jóvenes o los que están en la edad de la madurez. Lo que está claro que cada familia lo vive como desgarro personal. Y animamos, en medio del silencio sepulcral, a no solo despedir a un hermano, sino para hacerlo con gratitud, porque eso es lo que quiere decir “Eucaristía” y para hacerlo con la esperanza en la Resurrección.

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