Durante el tiempo
litúrgico de la Pascua el Evangelio nos presenta episodios de aparición, es
decir, Jesús Resucitado se aparece a personas. Tal y como anunció a sus
apóstoles -mientras recorrían con Él, Galilea (cf. Mt 17, 23)- resucitó al
tercer día.
Estas apariciones y encontrar el sepulcro del Señor
vacío, serán los fundamentos de la fe de los apóstoles. Jesús de Nazaret, el
Jesús histórico, y el Cristo de la fe son la misma persona: Jesucristo, Dios y
hombre a la vez. La Resurrección del Señor da sentido a nuestra vida cristiana,
pues no seguimos a un muerto, sino a Jesucristo luz de luz, vivo y dador de
vida, y que además permanece vivo hasta nuestros días, por el Espíritu que
cohabita en Él y en Dios Padre.
Las mujeres son las que se encontraron el sepulcro vacío
(Lc 24, 3); no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Esta imagen puede ser un
buen símil para que nosotros, Iglesia, podamos vernos reflejados. Seamos
parroquias vivas, abiertas, con buen olor de Dios, vacías de muerte, llenas de
Espíritu y con abundancia de vendas para curar. Comunidades, cuyos miembros,
nos sentimos parte de un Todo. Juntos, unidos el Cuerpo y la Cabeza, con
experiencias fundantes que, junto a otras experiencias que vamos “adquiriendo”,
al lado de otros hermanos y la humanidad entera, nos animan a vivir nuestra fe
y a ser testigos de esperanza con propuestas convincentes que parten de la
alegría por creer.
Sí, es cierto, muchos de nuestros templos están
permanentemente cerrados. La mayoría de nosotros no disponemos de la infraestructura
que nos gustaría para poderlos mantener más tiempo abiertos. Pero lo que es
cierto es que la parroquia comienza a ser abierta por su templo: al menos por
tener la oportunidad de entrar en la iglesia y poder hacer una visita al Señor,
sentarse en medio del silencio, buscar la paz, la luz, etc. Incluso tener la
posibilidad para poder hablar con un miembro de la comunidad, alguien que
escuche, acoja y transmita la alegría por creer. Ojalá los sacerdotes
pudiéramos dedicar más tiempo al ministerio de la reconciliación para vendar
heridas, disipar dudas, y en el nombre del Señor dignificar lo que el pecado
nos postra.
Iglesias ventiladas, como animó a San Juan XXIII a
convocar el Concilio Vaticano II, para que entre un aire fresco, el viento del Espíritu
que nos renueve en cada momento.
A cualquier parroquia le debería preocupar en la
conciencia seguir en el sepulcro. Tantos hermanos nuestros viven sin fuerza,
sin luz y sin el consuelo de la amistad con Jesús, sin una comunidad que les
sostenga y sin un horizonte que les dé sentido y vida (cf. EG 49). Y seguir en
el sepulcro también es hacer lo de siempre, con las mismas personas, con los
mismos medios, con las mismas palabras y con los mismos hechos. ¡Ánimo!, si nos
dejamos, es el Espíritu en el que nos empujará a ser una Iglesia misionera:
hacia dentro y hacia fuera.
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