Hace unos días que en mi
parroquia de Íscar hemos recibido nuestra imagen de La Inmaculada,
recientemente restaurada. Se trata de una bella escultura de estilo barroco,
policromada, del siglo XVII, según los expertos muy probablemente proceda de la
escuela de Gregorio Fernández. Realmente me parece una imagen muy bella.
Y
como a un niño recién nacido que llega al hogar y que los papás le miran y le
remiran, así he hecho yo con esta escultura. Confieso que en un primer momento la
he observado externamente, con el deseo de que todo estuviera bien, de que no
hubiera fallos, pero al final me he sentado de frente a ella y la he mirado
como escuchándola, pues habla solo viéndola. Y quizá sean estas pocas palabras,
que aquí escribo, las que he sacado en claro, pues “no el mucho saber harta y
satisface el ánima sino el gustar de las cosas internamente” (San Ignacio de
Loyola, EE 2).
Particularmente,
el modo de hacer oración, porque hay tantos, que va más conmigo es el de la
contemplación, que consiste en ejercitar todos los sentidos (ver, oír, tocar,
oler y gustar), estando ahí sin más (hallándome presente), y sin prisas por
avanzar. Pero esta vez he preferido meditar sobre esta obra restaurada a la luz
de la Cuaresma, estado espiritual que estamos viviendo ahora en la Iglesia. Y
ha brotado en mi durante esta oración de meditación un reflectir para
sacar mejor provecho: comparando la restauración con la conversión.
Y
viene a mi recuerdo algunas de las palabras, iguales o parecidas, de Rouseau:
“El hombre es bueno por naturaleza” o “Todo nace bueno de manos del Creador y
todo degenera en manos del hombre”. Me quedo con la literalidad de estas
palabras, quizá no con la intención con que las escribió este filósofo suizo, y
es que desde el Génesis se nos narra que Dios lo hizo todo bien. Sin embargo, a
lo largo de la historia de la salvación hemos leído como el ser humano siempre
es tentado y llamado a la concupiscencia. Dios siempre queriendo estrechar su
mano amable y nosotros -por el contacto con las cosas o con las otras personas
o por autoprotección, en definitiva, por debilidad humana- eludiéndola.
El
hombre, también, necesitado de restauración, pues no se trata de darnos como un
barniz protector o repintarnos tapando las heridas del camino o proteger
nuestras pobrezas con un producto antixilófagos que proteja tan solo durante un
tiempo, cuarenta días y cuarenta noches. Necesitamos una restauración integral,
volver al comienzo de nuestra Creación. Esta creación que comenzó, desde el
punto de vista cristiano, el día de nuestro Bautismo; el día que fuimos hechos
cristianos. Y así aparecerá nuestra belleza, que lleva la marca de la Casa -no
de ninguna escuela- sino del mismo Autor. Por tanto, Cuaresma = Restauración.
Al
final de este proceso volveremos a la Iglesia, solos no, en comunidad,
apoyándonos los unos a los otros, escuchando la voz de Dios Padre que como a su
propio Hijo dijo, y nos dice: he aquí mi hijo amado, en quien me complazco.
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