En el desarrollo del Año Litúrgico que va girando día tras día hemos llegado a la Cuaresma. Un tiempo que nos prepara para la solemne celebración de la Pascua de Resurrección. Esta fue una de las primeras fiestas que se celebró en la Comunidad Cristiana. La Pascua, desde entonces, fue el tiempo adecuado para celebrar los sacramentos de la Iniciación cristiana; en una única celebración, especialmente la de la Noche Pascual, presidida por el Obispo, en la que se celebra de forma colectiva el Bautismo que incorpora a los futuros neófitos en la Iglesia.
Hoy persiste esta misma intención teológico pastoral del
sacramento cuaresmal, apoyando en el catecúmeno las bases de su próxima nueva
condición cristiana, ofreciéndole elementos de discernimiento, como son la
escucha y la meditación de la Palabra de Dios, para responder afirmativamente a
la llamada del Señor.
Pero,
además, la Cuaresma, para los que ya estamos iniciados cristianamente, nos
ofrece un periodo de reflexión y revisión, apropiándonos de los mismos
elementos que ofrece la Iglesia a los catecúmenos. Durante estos cuarenta días
el pueblo cristiano también se preparará para renovar su pertenencia a la
Iglesia y su condición de hijos en el Hijo, junto a los que se preparan para
abrazar por vez primera al Señor.
La
Cuaresma comienza con un signo de ceniza sobre las cabezas de todos, iniciados
y no iniciados cristianamente, que nos reconoce a todos por igual; como débiles
y pecadores. En nuestro tiempo se estila mucho significar un día, una
enfermedad, un sentimiento, etc. con un lazo en la solapa, digamos que la
ceniza viene a ser algo parecido: nos solidarizamos no solo con los pecadores,
sino que nosotros mismos lo somos, pero deseamos cambiar: “polvo somos y en
polvo nos convertiremos” y deseamos “convertirnos y creer en el Evangelio. Así
pues, el resultado final de todo este proceso de conversión se verá rubricado
en dos expresiones: “sí renuncio” y “sí creo”, que no hacemos en la intimidad
sino en público ante toda la comunidad, y conlleva el compromiso de la fe
siendo coherentes con lo que decimos.
No
cabe duda de que este es un período de ascesis y penitencia; que motiva el
ejercicio espiritual. Jesús el Señor debe ser nuestro único Monitor para estar
en forma. Siempre pueden aparecer otras recomendaciones para aliviarnos, es
decir para ofrecer modos y maneras más livianas como pueden ser las de realizar
estrictamente lo establecido, pero sin más sentido que hacerlo porque hay que
hacerlo. Anulando así el propio discernimiento de escoger lo más propio para cada
persona, sin engaños. Para ello es muy recomendable el acompañamiento
espiritual de alguien de la comunidad, con experiencia y autoridad, para
interpretar las palabras de Jesús Monitor. Por ello, tras un examen de
conciencia, dejándonos mirar como Jesús nos mira reconocer nuestros pecados,
mostrar nuestro arrepentimiento, así como nuestros buenos deseos de cambiar y
recibir el perdón a través del sacramento de la reconciliación.
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