“Tiende tu mano al pobre”
(cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código
sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para
ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar
las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes,
que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una
de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en
sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).
Así comienza el Papa
Francisco su mensaje en la IV Jornada Mundial de los Pobres. Debemos tener en
cuenta que este es un tiempo favorable para “volver a sentir que nos necesitamos
unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo”.
Es en la debilidad y en la
fragilidad donde nos sentimos hermanas y hermanos. Los seres humanos, ante la
adversidad y el dolor de otras personas, somos capaces de reaccionar por encima
de nuestras ideas y costumbres, dejando brotar la solidaridad natural que
habita en cada uno de nosotros. También convive, en ese mismo lugar de nuestro
interior, el egoísmo, el juicio y la condena, pero la ternura y la compasión
ocupan más espacio en nosotros de lo que nos atrevemos a mostrar.
Este momento histórico
excepcional que estamos viviendo no es algo fortuito ni debe llevarnos de forma
crispada a buscar culpables. ¿No podríamos escuchar las señales que devienen de
esta pandemia y reaprender a vivir en armonía con la Creación? ¿No podríamos
recuperar la común-unión desde esta fragilidad compartida para
responsabilizarnos y cuidarnos unos a otros y juntos al planeta?
Abramos los ojos, miremos
más allá de las mascarillas, para ver y escuchar, para acoger tantas
circunstancias de tantas personas que viven, en pobreza, olvido, abandono… y
las llevamos al corazón.
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