Para mí han
sido muy importantes los días previos a esta solemnidad. Me parece que es muy
importante la preparación, anhelar, el no presentarnos al día con lo puesto,
etc. A lo largo de estos días de la novena del Sagrado Corazón de Jesús he
podido tener la oportunidad de provocar en mí un deseo, pero no solo eso, para
mí, sino que cada vez veo más importante mi misión como acompañante espiritual
de esta comunidad, pues lo que deseo para mí, lo intento provocar para ustedes
también. A veces no resulta fácil contagiar la ilusión, la devoción, el amor,
los valores que se esconden detrás de esta devoción al Corazón de Cristo. Como
se suele decir: “de lo que siente el corazón habla la boca”.
El Corazón de Jesús es una expresión
que tiene raíces bíblicas y por ello a mí me gustaría volver a entresacar
rasgos muy importantes que hemos escuchado en las lecturas de hoy. Unas
lecturas preciosas que nos hablan de que Dios es hombre y tiene corazón. Para
mí esto es vital. Es que hermanos es muy difícil poder enamorarse
del Señor, tal y como nos dice la lectura del libro del Éxodo, si no damos
tiempo a conocerle. Solo quien conoce tiene capacidad de amar. A veces en la
vida funcionamos mucho con estereotipos, con prejuicios, con ideas
preconcebidas hacia las otras personas. Pero también nos pasa con Dios y con su
Iglesia. El desconocimiento lleva a la desconfianza, fruto de la ignorancia. Dios
está enamorado de nosotros, nos elige, nos marca como pueblo de su pertenencia;
le pertenecemos quiere decir que Él y nosotros estamos llamados a ser una sola
cosa.
El Salmo nos habla de una de las
características más importantes de Dios, su misericordia. Nuestro corazón a
veces es duro como una piedra, pero en el fondo nuestro corazón es de carne y
sufre los avatares de cada día, por muy duros que nos queramos presentar a los
demás. En el corazón del creyente está impresa la oración de bendición que
hemos escuchado en boca del salmista, oración que podríamos comparar con el Magnificat de María y con el nuestro
propio.
Y, ¿qué decir de la segunda lectura
tomada de la primera carta de Juan? Si ya sabemos de lo que el discípulo amado
habla, pues de lo que les decía antes, de lo que su corazón siente, él se
siente muy amado, más que nadie, pero Dios nos ama a todos por igual. Dios
antes de que nosotros le pusiéramos el ojo, Él ya lo había puesto en nosotros
antes. ¿Se han parado a pensar alguna vez, sinceramente, con que amor el Señor
es capaz de amar? Parece ya algo que siempre digo yo, pero es que el amor
humano no llega al amor de Dios, porque el amor humano tiene ciertas impurezas,
el Amor de Dios es todo, por eso a los santos, que han llegado a esa verdadera
comunión con Cristo, les basta.
Que oración más bella, de
consagración, la que pone en boca de Jesús, el evangelista Mateo; una oración
de agradecimiento, como las que decíamos antes del Magnificat. Dios es todo
para nosotros hermanos. Dios es humano, Dios desea lo mejor para nosotros, no
nos pide nada, pero Él ha confiado a la Iglesia su propio deseo: vivir en
Comunión con Él. Y esto, solo se puede realizar en la Eucaristía, recibiendo el
Cuerpo de Cristo. La Sagrada Comunión nos tiene que convertir, pero no por arte
de magia, sino por sus efectos tan gratificantes, más la buena disposición que
nuestra libertad puede llegar a crear, para ser el efecto de Dios para la
humanidad.
Por tanto, no consiste en a ver en
cuántas Misas participo al día, eso se sale del valor incalculable que tiene
una sola Eucaristía. Sino en la celebración bien vivida, en la que hay una
predisposición, la guarda de todos los sentidos, el amor que ponemos en ella por
ser para el Señor que nos hace venir preparados y con tiempo, el cuidado de las
formas, de los detalles, de las relaciones con los demás, de la unión de ánimos
entre nosotros, etc. y como todo esto nos habrá de convertir no tanto en seres
angelicales sino en santos, es decir que no solo lo parecemos, sino que lo
somos.
Corazón de Jesús, ayúdanos en el
camino hacia ti y aproxímanos a los hermanos para que veamos en ellos lugar de
encuentro entre Tú y yo. Te pido, que deseo, tener un corazón configurado al
tuyo, con el que poderme medir, que de ahí proceda mi obrar, mi ánimo, mi celo
apostólico, los deseos de parecerme a Ti, ser como Tú. Amén.
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