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Y me decía el otro día una persona, pero ¿es que se puede
celebrar la muerte de Dios? Nosotros los cristianos cada vez que celebramos la
Eucaristía, sacramento de nuestra fe, “anunciamos su muerte, proclamamos su
Resurrección hasta que Él vuelva”. Recordemos que el Triduo Santo es el
desarrollo, durante tres días, de lo que celebramos en la Pascua Semanal, la Eucaristía,
especialmente la de cada Domingo. Conmemoramos, por tanto, la muerte de Cristo,
no nos regodeamos en el triste final, sino que –tal y como Dios quiso-
intentamos ver el fruto tras la muerte del grano. Y, es que hasta hoy en día,
cuando mueren tantos cristianos perseguidos, por eso, ser cristianos, y otros
que fueron asesinados por su seguimiento a Cristo y la locura de la Cruz,
podemos reconocer en su perdón hacia los verdugos, la semilla de nuevos
cristianos.
En
esta misma línea, sin ser expresamente una predicación, pues para hablar de
Jesús y su modo de ser, no hace falta ni tan siquiera pronunciar el nombre del
Señor, sino llevarlo muy dentro de nuestro corazón y abrazar su cruz, pues
bien, una mujer, de nombre Patricia, madre de un niño, llamado Gabriel, “el
pececito”, asesinado vilmente por otra mujer, a la que Patricia llamaba “bruja”
nos decía: “no os dejéis llevar ni por la rabia ni por la violencia”, en sus
palabras transmitía dolor por la pérdida dramática de su querido hijo, pero
también nos daba un testimonio de amor que es capaz de perdonar con tal de
estar en comunión, al menos con su hijo.
El
lema del año jubilar de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, reza así:
“Nuestra gloria, Señor, es tu cruz”. ¡Qué gran verdad! Aunque podamos reconocer
el mal con el que es crucificado Jesús, lo acabamos de escuchar en La Pasión de
San Juan. Así fue prendido, juzgado, vituperado, crucificado; también podemos
reconocer hoy al ser humano crucificado por el mal, que existe y se encarna de
muy desagradables maneras. Sin embargo, Dios quiere decirnos una Palabra de
Amor, y es que su gloria no hay que reconocerla solo en el triunfo, sino en los
momentos de desesperación, de soledad, de aparente abandono, etc. Señor, para
que siguiéndote en la pena también te podamos seguir en la gloria.
La
muerte de Dios, ciertamente, es un hecho puntual; pero no es el final de esta
historia de amor, el final estará en la Vida, una vida que nos corresponde a ti
y a mí vivir y transmitir a toda la humanidad.
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