Parece como si la Palabra
de Dios fuera al compás de la dinámica del hombre. Estamos en el mes de octubre
y es un tiempo propicio para la vendimia, para la recogida de la uva.
Hay muchos factores que pueden influir en la vendimia. El
viticultor desea que sus viñas den buenos frutos: una uva sana, con buen grado,
que se la acojan en la bodega, que le den buen precio y que produzca un buen
vino.
Pero todo esto no surge de la nada. La labor del que
trabaja la viña es fundamental, pues cuida de ella como parte de él. Desea
devolver a la tierra lo que esta le ha dado. Existe una especie de comunión
entre la tierra y el labrador. Y un buen cuidado lo provoca el orgullo de que
los demás cuando al pasar veamos lo bien que está su majuelo. Es decir, el
cuidado de la planta y de la tierra es fundamental para él, su razón de ser.
Pero no siempre toda esta predisposición es suficiente, pues el cielo es el que
bendice con el agua y algunas veces maldice con el hielo.
Si hemos escuchado bien el Salmo Responsorial de este
domingo que acabamos de rezar, hemos dicho: “La viña del Señor es la casa de
Israel”. Pues bien, todo lo que he dicho sobre el viticultor y sobre la viña se
puede equiparar totalmente a lo que hace Dios con nosotros. Él cuida de
nosotros con mimo. Siempre nos bendice con agua y con el alimento necesario
para nuestro sustento -sustrato- espiritual. Pero en nosotros -también-
influyen otros factores externos o internos a nosotros mismos, que son los que
no dan uvas sino agrazones.
Dios cuida de su pueblo, nosotros, su pueblo, hemos de
dejarnos cuidar por él. ¿Cuáles son los cuidados del Señor? Pues todas esas
recomendaciones que nos hace Dios, a través de su Hijo, Jesucristo, y de otros
tanto mediadores, como los profetas, y todos aquellos que el Evangelio dice,
fueron a trabajar la viña y no fueron escuchados, sino más bien maltratados,
incluso hasta el punto de ser asesinados, como ocurrió con el hijo del
Propietario, Jesucristo.
La contemplación de la vida, a la luz de la Palabra de
Dios, nos permite, iluminar un camino que no es del todo claro, son muchas las
sombras que siempre están acechando. Dios nos aporta la fuerza, a través del
Espíritu recibido en los sacramentos para combatir genuinamente al enemigo.
En este día de la Virgen del Rosario, pidamos al Señor
que nos haga dóciles para qué Él nos configure conforme a su Corazón, un
corazón abnegado, que piensa más en los demás que en uno mismo, un corazón de
carne y sensible a las necesidades de los demás, especialmente de los más
desfavorecidos.
Y termino con unas palabras de condolencia para con los
hermanos que nos precedieron en la fe, todos nuestros difuntos, los que
murieron antes y los que murieron recientemente, que a todos Dios los tenga en
su gloria. Recuerdo con cariño especialmente a Fernando, rector del Seminario
de Valladolid, que a los 41 años ha fallecido; Dios le premie su ministerio
sacerdotal con ese ardor que le caracterizaba.
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